«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de
comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para
nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón
se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone
emprender un camino que dura toda la vida.
Con estas palabras del comienzo de la carta apostólica del Papa Benedicto por la que nos convoca al año de la fe, tuvimos un rato de oración y posteriormente una reunión en la que expresamos nuestros sentimientos e ideas para esta invitación a la conversión. Entre otras cosas compartimos que estamos llamados a una conversión durante todos los días. Tenemos momentos fuertes a lo largo del año como Cuaresma - Semana Santa, pero luego vienen altibajos, momentos buenos y momentos malos que hacen crecer o disminuir nuestra fe.
El Papa nos dice:
La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe
y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque
ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en
efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación
del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos.
Debemos dar testimonio de nuestra fe sin ningún tipo de vergüenza, más ahora que la gente cuenta experiencias y habla de cosas vanales. Sin miedo al rechazo, sabiendo que Cristo también lo sufrió. Nuestra testimonio ha de ser como el de aquél padre confiado y sereno que tras perder a su hija en una situación dolorosa decía confiar en Dios que quiso llevársela de ese modo.
Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a
confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y
esperanza.
Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad
para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in
crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como
más grande porque tiene su origen en Dios.
Ahora nos toca vivir situaciones y experiencias nuevas que debemos asumir abandonándonos en las manos del Señor, viviendo su presencia en todo momento. La oración nos debe servir como un medio para llegar a Él y no como un fin.
«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts
3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con
Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la
garantía de un amor auténtico y duradero.