En el retiro del domingo pasado recreamos la tormenta de cuatro vientos durante la JMJ. La interpretamos a la luz del evangelio, como una experiencia de gracia. No pasó desapercibida y a nadie dejó indiferente. La tormenta nos zarandeó y buscamos refugio. ¿Qué zarandea nuestra fe? ¿De qué me refugio? Mientras se leía el evangelio de la vid y los sarmientos, proclamado en medio de la tempestad, Jesús nos decía que sin Él nada podemos hacer.
Vivimos muy bien, acomodados, pero en cualquier momento nos puede zarandear la tormenta y este evangelio nos ponía en nuestro sitio, el de sentirnos vulnerables para encontrarnos con el cimiento de nuestra vida. En la mañana de retiro se nos invitó a descansar bajo el manto de Dios Padre, como el hijo pródigo que se refugia en el abrazo del padre. Nos recreamos en ese abrazo que nos pone firmes en la fe y nos recupera las raíces filiales. Empapados por el agua de la lluvia recordamos lo que el salmo 139 nos dice: Cristo nos sondea y nos conoce y en la misericordia de Dios (salmo 28) aclamamos su gloria y su poder.
Pedimos los unos por los otros juntos en oración y nos pusimos bajo el manto de nuestra madre la Virgen. ¿Qué habría hecho Ella enmedio de la tormenta? Habría seguido firme escuchando la palabra y renovando su promesa. Ella atenta a todas la necesidades de los millones de jóvenes que se congregaron en cuatro vientos le pidió al Padre: "no les queda agua".
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