EL BLOG DEL GRUPO JUAN PABLO II

BIENVENIDOS a este blog.
Desde el año 2003 formamos una comunidad que comparte experiencias de vida y oración. Fue el Papa Juan Pablo II quien nos impulsó a remar mar adentro, por eso a él le debemos nuestro nombre y mucho más.
Nuestra espiritualidad bebe de las fuentes de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, por lo que nuestro compromiso se centra en ser contemplativos en la acción y llevar a otros la experiencia del encuentro con Jesucristo, vivo y resucitado.
En este blog, queremos compartir con todos los que lo visiten nuestro día a día, nuestras vivencias y nuestras oraciones.
Que Dios les bendiga.

viernes, 13 de abril de 2012

ZAMORA, CRUZ Y REDENCIÓN

                  Semana Santa, semana de pasión, en la ciudad románica cuyas calles son testigo de excepción de las tallas más bellas y cuyas iglesias despiertan con el bullicio de sus gentes que vienen a adorarlas. Entre sus piedras centenarias se escuchan los tambores, los rezos y oraciones de penitentes y curiosos que contemplan a Cristo doloroso deambular fijando su mirada de misericordia en cada uno de ellos, rogando al Padre por su conversión.
                Los gruesos muros de un seminario fueron también testigos de una semana de pasión particular. Acostumbrados a la oración y la penitencia, abrieron sus puertas a una familia nutrida de jóvenes y niños que traían la ilusión, la alegría y el amor fraterno. Los pasillos del claustro se dejaron mimar por las carreras, diálogos, confidencias y oraciones de sus nuevos moradores. Las salas se regocijaron con las enseñanzas y experiencias compartidas. Las capillas y oratorios, de cantos, plegarias y alabanzas. El sol que no brillaba fuera ardía en el interior de sus paredes restauradas y bellas.
                Y Cristo en la Cruz derramando su sangre, dando vida, derrochando amor. Un amor que es capaz de cambiar la mirada y el corazón; de convertir en servicio y entrega cualquier egoísmo, cualquier resistencia y repugnancia. Un Cristo con el costado abierto, como las iglesias que abrieron sus puertas a nuestros oficios, la catedral, la ermita de Ricobayo, la iglesia de San Andrés, para que Él se hiciera presente entre nosotros y nos dijera como un susurro al oído: Este es mi cuerpo, esta es mi sangre, que será derramada por vosotros. Y desde su Cruz nos seguía pidiendo que siguiéramos haciéndolo en su memoria.
                Con su gracia y providencia reunió a varias familias alentándolas a continuar el camino de la redención, como laicos en marcha con sus pequeños granitos de arena, que son grandes esfuerzos por construir un reino de paz y justicia. Desde la Cruz, con mirada tierna, nos invitaba a seguirle a pesar del frío indiferente del mundo. Pero no podíamos quedarnos en la Cruz y por eso nos dio a María para que aprendiéramos de Ella. Nos dejamos inundar de su esperanza y le rezamos con devoción un rosario cuyo eco de sus avemarías recogieron los gruesos muros del claustro. Pues la Cruz es la antesala de la Resurrección y su sangre derramada es Vida que se nos otorgó. La tumba está vacía, pero nuestros corazones se llenaron de amor, esperanza y fe.
                Como en un comedor comenzó esa historia de amor en la que Él se entregaba en favor de toda la humanidad, en un comedor pusimos punto y aparte a nuestros días especiales de Pascua dispuestos a entregarnos cada uno en sus familias, empresas, institutos, centros de salud y cualquier lugar en el que necesitara derramarse la sangre de Nuestro Señor. Pasamos unos días excepcionales, pues estuvimos al pie de la Cruz, junto a María y el discípulo amado. Y al abandonar el seminario nos quedó la sensación de que esas paredes de muros gruesos, esos pasillos, esas salas y capillas, echarían de menos la alegría de la familia de Santa María. Desde el coche, retornando la mirada a la altura del imponente edificio, el seminario nos despidió hasta el año que viene.

miércoles, 11 de abril de 2012

FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN

Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado.
San Ignacio de Loyola, en el número 299 de los Ejercicios Espirituales, afirma que la primera aparición del Señor resucitado fue a María, su madre: “Primero: apareció a la Virgen María, lo cual, aunque no se diga en la Escritura, se tiene por dicho, en decir que apareció a tantos otros; porque la Escritura supone que tenemos entendimiento, como está escrito: (¿También vosotros estáis sin entendimiento?)”.
Inspirados en este texto, imaginemos cómo pudo ser esta aparición… El primer día de la semana, María amaneció en casa de José de Arimatea. Todos los discípulos del Señor y él mismo se quedaban allí cuando subían a Jerusalén. Todo era desorden cuando venían a la fiesta de la Pascua; nadie hacía ningún trabajo el día sábado, a no ser María que no dejaba de recoger túnicas y mantos y de asear un poco la casa para que se pudiera caminar de un lugar a otro. Esa mañana María se levantó muy temprano; todavía tenía su corazón oprimido y sus ojos le ardían de tanto llorar. Había pasado todo el sábado orando al Altísimo por su hijo.
María se levantó muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, fue a la cocina atravesando el salón que estaba invadido por los apóstoles; todos dormían y se escuchaba una hermosa sinfonía de ronquidos que dirigía Pedro, el más ruidoso. Comenzó a encender el fuego con algunos palos secos que había guardado desde el viernes anterior; quería tenerles algo caliente para cuando todos se levantaran. Cuando comenzó a amasar un poco de harina para preparar el pan, se acordó de Jesús a quien le gustaba comerse la masa sin cocinar; lo aprendió de José y decía que la levadura era mejor que creciera dentro de uno y no dentro del horno. En ese momento alguien golpeó a la puerta; era Jeremías, el pastorcito, que traía un poco de leche que mandaba su papá. María recibió la leche y el pequeño Jeremías comenzó a ayudarle a amasar la harina, con la esperanza de poder comer un poco de pan tan pronto estuviera listo; en ese momento llegó la Magdalena para convidar a María a ir al sepulcro a embalsamar al Señor. María le dijo: «Ve tu adelante; apenas acabe de preparar el pan para estos muchachos y les deje algo caliente para el desayuno, te sigo». La Magdalena se fue apresuradamente.
Tan pronto estuvo el primer pan, el pequeño Jeremías lo tomó y, quemándose las manos, le dio un beso a María y salió corriendo lleno de gozo. María sintió que su corazón le ardía y volteando la mirada hacia la cocina vio a Jesús comiéndose la masa sin cocinar. Tuvo miedo y dudó un momento, pero Jesús le dijo: «No te disgustes porque me como el pan sin cocinar; tu sabes que fue una costumbre que me dejó papá». En ese momento María se abalanzó sobre Jesús para abrazarlo. Jesús la besó en la frente y le dijo: «Cuida a éstos, mis hermanos; sé para todos ellos lo que fuiste para mi; sé para ellos su madre siempre». Entonces María dijo: «Alabo al Señor con toda mi alma y canto sus maravillas. (...) Porque el pobre no será olvidado ni quedará frustrada la confianza de los humildes» (Salmo 9). Después, Jesús se quedó mirándola con cariño y le dijo: Anímalos y cuida de ellos; recuérdales mis palabras: «Cuando una mujer va a dar a luz, se aflige porque le llega la hora del dolor. Pero cuando nace la criatura, no se acuerda del dolor por su alegría de que un hijo llegó al mundo. Así también ustedes ahora sienten pena, pero cuando los vuelva a ver, su corazón se llenará de alegría y nadie podrá quitarles esa alegría» (Jn. 16, 21-22). Y diciendo esto, Jesús desapareció.
María quedó llena de gozo, pero no se atrevió a despertar a los apóstoles por miedo a que no le creyeran. Ella siguió su oficio, cuando llegó la Magdalena gritando que el cuerpo del Señor había sido robado; con ella llegaron otras mujeres afirmando lo mismo. Los apóstoles se despertaron asustados y salieron corriendo a mirar lo que decían las mujeres; «todo lo encontraron como ellas habían dicho, pero al Señor, no lo vieron» (Lc. 24, 24b). Volvieron a la casa y discutían entre ellos, mientras María les servía; ella guardaba todo en su corazón, los animaba a mantener la esperanza, les recordaba las palabras de Jesús y los servía con el cariño de una madre.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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